18 DE OCTUBRE DE 2010

MONTEAGUDO
LA TIERRA DE JOSICO JARAUTA

Texto: Fernando Hualde
Foto: Alberto Villaverde

Palacio de los marqueses de San Adrián - Año 1984

La historia es una sucesión de etapas, de momentos, y de acontecimientos. Y buena prueba de ello la encontramos en Monteagudo, la tierra en la que un día se inspiró un agricultor para exaltar la unión vasco-navarra.

En la Ribera de Navarra, nada menos que a 108 kilómetros de Pamplona, se encuentra la localidad de Monteagudo. Es mugante a Aragón, y en consecuencia no le faltó –ni le falta- su castillo que, como los de Barrillas y Ablitas, por poner algún ejemplo, fueron parte de esa línea de fortalezas defensivas con las que el reino de Navarra defendió sus fronteras. Castillo este en torno al cual fue forjando su futuro esta villa de Monteagudo, llamada en otro tiempo “Mons acutus”. Se dice de aquella fortaleza que perteneció a doña Leonor de Guzmán, la que fuera dama privada de Alfonso IX, y que lo aprovechó para hacerse fuerte contra las pretensiones de Pedro VI, rey de Castilla.


Historia

Dícese también que en el año 1114 fue el rey Alfonso el Batallador el que consiguió liberar a Monteagudo del dominio de los sarracenos; no hay que olvidar que en aquella época la población de esta localidad estaba integrada básicamente por moros y por judíos. Así pues, en el año 1117 el mencionado monarca tuvo a bien dotar a los vecinos de Monteagudo de los mismos fueros que tenía y disfrutaba la vecina Tudela.
Con el castillo vino el linaje, así ha sido siempre en todos los castillos. Y en el caso de Monteagudo los señores del castillo supieron demostrar fidelidad a la corona y hacer sus méritos para que no les faltasen los reconocimientos; de hecho, les vemos acompañando a Teobaldo II en las guerras en las que este participó en Palestina; y los vemos también en Portugal luchando al lado de Carlos III el Noble.
El rey de Navarra, Carlos II el Malo, en el año 1380, poseedor de rentas y pechas en Monteagudo, dio éstas a un tal Gonzalo Sanchís de Mirafuentes, junto con el bailío y las calonías que acaeciesen de 60 sueldos abajo; todo ello en compensación de las 120 libras que por sus caballerías tenía asignadas.
Unos años más tarde, en 1423, Carlos III quiso tener un gesto humanitario y generoso con la población musulmana de Monteagudo, que por diversas razones había visto mermada su población y vivía momentos críticos. El monarca navarro les perdonó la mitad de 8 libras y 6 dineros que de ellos recibía anualmente de pecha, así como la mitad de 6 cahíces de trigo y 5 de cebada, que también le pagaban.
Y tan solo seis años más tardes volvemos a ver a Monteagudo como moneda de cambio, algo muy propio en aquellas épocas en las que los monarcas pagaban favores y fidelidades con tierras, castillos, o pechas. En aquella ocasión, año 1429, vemos al rey Juan II entregando el castillo y el lugar de Monteagudo al maestrehostal mosén Floristán de Agramont, premiando así sus buenos servicios prestados en Castilla a la reina de Sicilia; a la vez que hacía de casamentero, el monarca, concertando la boda entre el tal Floristán de Agramont y la doncella de la reina, Leonor Franger. Y así le solucionó la vida Juan II al servicial Floristán; o se la arruinó, que no sabemos como le fue.


Joselico

Y en medio de toda esa maraña de nobles, señores, monarcas, y doncellas, brilla con luz propia la sencilla historia, a finales del XIX, de un humilde labrador. Su nombre, José Jarauta; su apodo popular: Joselico.
A Joselico le tocó vivir de cerca uno de los momentos más emblemáticos de la historia de Navarra, la Gamazada. Desde la sencillez de su vida, aquél agricultor de Monteagudo vivió con rabia, igual que miles de navarros, aquellas absurdas pretensiones del Ministro de Hacienda, Germán Gamazo, que diseñó un decreto con el que quería que fiscalmente Navarra viese mermados sus derechos con el fin de equipararla al resto de provincias españolas. Era el año 1893; mes de mayo para ser más concretos.
Seguramente que Joselico habría seguido de cerca, a través de la prensa, todos los acontecimientos que envolvieron aquella revuelta foral y popular que se vivió en Navarra. Y muy probable es también que hubiese firmado la “Protesta Foral”, o que hubiese participado en algunas de las magnas manifestaciones que conoció Navarra en los años 1893 y 1894, siendo la más destacada de todas ellas la concentración de recibimiento a las autoridades navarras que se hizo en Castejón cuando estas regresaban de Madrid en donde se habían entrevistado con el Ministro de Hacienda, el Presidente del Gobierno, y con la Reina Regente, a quienes mostraron su firme actitud de no consentir ningún contrafuero.
A buen seguro que Joselico habría vibrado oyendo el Guernika’ko Arbola de Iparraguirre, que fue un himno mil veces entonado en todos los pueblos, ciudades y rincones de Navarra, incluso en Madrid, como símbolo de defensa de los fueros y de Navarra. Eran, sin duda, otros tiempos, en los que el Guernika`ko Arbola y el rechazo a las pretensiones de Madrid aglutinaban a todos los navarros, sin excepción alguna. Y la prueba de ello la encontramos en este agricultor de Monteagudo.
Es así como José Jarauta, Joselico, escribió en 1894 la letra del paloteado de ese año, probablemente celebrado el 16 de agosto en honor a San Roque. Sépase que el paloteado de Monteagudo viene a ser un escenificación teatral de carácter sacro-cómico-patriótico (así lo definió Jimeno Jurío), en la que se recitan unas letrillas populares que hacen crítico repaso a la actualidad, principalmente a la del pueblo, y en donde las danzas ocupan un papel muy importante, fundamental.
Pues bien, el guión del paloteado de ese año lo escribió Joselico; lo dejó plasmado en un cuaderno, de 15 por 11 centímetros, a lo largo de 38 páginas manuscritas. Allí quedaron escritas la primera parte de la representación (presentación, primer diálogo, monólogo del diablo, victoria del ángel, introducción al paloteado, y el paloteado), y también la segunda parte (Guernika`ko Arbola, discurso foral, y el trenzado).
Es aquí, en este contexto, en donde Joselico, inmerso de lleno en el fervor fuerista de la Gamazada, compone unos versos que hoy serían políticamente incorrectos. Decían así:

Antiguamente Navarra / era un Reino independiente / de pagos y de soldados / y de otras cosas urgentes.
Desde mil quinientos doce / Navarra se “unió” a Castilla, / sin abandonar sus fueros, / así el “pacto” lo pedía.
La Navarra de aquél año / mucho fue lo que perdió, / pues perdió la Independencia, / prenda de inmenso valor.
Pues hay muchos pueblos en España / que trabajan con malicia / por que sea Navarra / como las demás provincias.
Pues si el Gobierno de España / sigue en sus pretensiones, / se tomarán en Navarra / serias determinaciones.
Con Monteagudo, Cascante, / Ablitas, también Barillas, / Olite, Tafalla, Estella, / Cortes, Buñuel y Murchante, / ¡formemos una guerrilla / para marchar adelante!.
Pues también se nos ofrecen / como si fueran hermanos / los valientes alaveses, / vizcaínos y guipuzcoanos. / ¡Vivan las cuatro provincias / que siempre han estado unidas, / y nunca se apartarán / aunque Gamazo lo diga!.
¡Viva Navarra y sus Fueros!

Esto se escribía, se recitaba, y se aplaudía en aquél Monteagudo del año 1894. No eran los tiempos de moros y judíos. Ni tampoco los de ahora.   

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