DE SEIS TOROS A TRES VACAS
DOS RITOS SECULARES
Texto: Fernando Hualde
El 13 de julio de cada año es ese día en el que confluyen en Navarra dos viejas tradiciones en las que seis toros y tres vacas, en Pamplona y en la Piedra de San Martín, son protagonistas y testimonio de dos ritos con muchos siglos de antigüedad.
Reino de Navarra, tierra de diversidad. Así reza el lema de promoción turística de Navarra reflejando a la perfección los contrastes que nuestra tierra es capaz de ofrecer a quien la visita. Y hoy, 13 de julio, es precisamente cuando ese lema se cumple en todas y cada una de sus palabras; y cuando digo en todas pienso en aquellas personas a las que no acaba de convencerles que se emplee hoy un concepto histórico como el de “Reino de Navarra”. El 13 de julio es ese día del año que nos permite ver en nuestra comunidad dos ritos que se mantienen vivos desde que Navarra era reino, desde que Navarra era un estado independiente; dos ritos que son anteriores a 1512, incluso uno de ellos se nos pierde en la noche de los tiempos, pudiendo ser muy anterior al nacimiento de la monarquía navarra.
Hoy, 13 de julio, allá donde el Pirineo navarro se fusiona con el valle francés de Baretous, se va a repetir un año más esa ceremonia ancestral en la que los roncaleses van a recibir de sus vecinos pirenaicos tres vacas de idéntico pelaje, astaje y cornaje.
Horas después, por la tarde, en el coso taurino pamplonés se celebrará la séptima corrida de la feria, enmarcada en las fiestas de San Fermín.
Toros en Pamplona
Decía con gran acierto Arturo Campión que “ni el juego de la pelota es algo tan nuestro como creemos, ni las corridas de toros son tan advenedizas como creemos”; es decir, las corridas de toros, sépase de una vez, tienen su origen en esta parte occidental del Pirineo. Así como ahora tanto los toros como los toreros en su mayoría proceden de tierras andaluzas o castellanas, hasta finales del siglo XIX –y durante siglos- la gran mayoría de los toreros eran vasco-navarros, fundamentalmente de Guipúzcoa y de Navarra; algún día haremos aquí un repaso a aquellas primeras figuras de la tauromaquia de antaño, inmersas hoy en el anonimato más absoluto.
Tampoco hay que olvidar que las ganaderías de toro bravo más antiguas que se conocen son también navarras.
En un principio podríamos decir que la celebración de corridas de toros es uno de los denominadores comunes de todas las fiestas de San Fermín. Aparecen documentadas desde el año 1385, sin que esto quiera decir, en absoluto, que con anterioridad no se celebrasen. En los últimos siglos la única excepción la encontramos en el año 1829, año en el que se suspendieron a causa del luto por la muerte de la reina; sin olvidarnos tampoco de los años 1937 y 1938 en los que la guerra forzó un paréntesis en la celebración de los sanfermines. En los años 1978 y 1997, aunque llegó a haber suspensión de las fiestas una vez iniciadas, sí que llegaron a celebrarse corridas de toros.
Sobra decir que ligados a la corrida de toros hay en Pamplona otros actos que tienen en el toro su razón de ser, como lo son el desencajonamiento, el encierrillo, el encierro, y el apartado. Curiosamente uno de esos pasos previos a la corrida, el del encierro, es el que hoy le ha dado a los sanfermines y a Pamplona una proyección internacional.
Vacas en la Piedra de San Martín
Unas horas después del encierro pamplonés, y unas horas antes de la corrida de toros en la monumental de la capital navarra, en el Pirineo navarro se renueva hoy un compromiso de paz en el que tres vacas sine mácula (sin mancha, perfectas), del mismo astaje, pelaje y dentaje se convierten en protagonistas. Estamos, sí, ante el pago de un tributo milenario en el que el valle de Baretous salda su deuda anual con las villas roncalesas de Isaba, Garde, Urzainqui y Uztárroz. Pero estamos también ante una auténtica lección, la que nos vienen dando desde hace muchos siglos los hombres y mujeres del Pirineo, en la que la palabra dada sigue manteniendo el valor que siempre tuvo, en la que la paz se sella juntando las manos, en donde unos montes no son barrera sino punto de encuentro, en donde el pago de un tributo se vive como fiesta de hermandad.
¿Desde cuando sucede esto?; no lo sabemos. Sí que sabemos que en 1375 tenían entonces conciencia de que esa ceremonia se venía celebrando desde tiempo inmemorial. Se sabe también que la documentación que en aquella época se conservaba recogía la hipótesis, transmitida oralmente de generación en generación, de que este tributo tenía su origen en la invasión de los cimbrios (germanos), allá por el año 120. Y que es un tributo de guerra, no de compensación por el uso de pastos y de fuentes.
En cualquier caso, lo que sí tenemos claro es que bajo la fórmula, tres veces repetida, de Pax Avant, hay toda una filosofía de vida que cobra especial valor en la medida en la que en el mundo, y también en nuestra propia tierra, a la palabra y al diálogo con frecuencia le toman el relevo la sinrazón, el miedo y la violencia.
Esta es Navarra, este es el 13 de julio, y esta es nuestra diversidad, una diversidad que -al margen de la paisajística, de la lingüística y de la cultural- ya existía siglos atrás, cuando Aragón y Navarra eran reinos, cuando el Bearn era un principado. Antes y después de 1512, que es cuando se produce la conquista de Navarra; o antes y después de 1590, que es cuando las ferias y las fiestas de San Fermín se fusionan para pasar a celebrarse el 7 de julio. Son toros y vacas con historia, la historia de una tierra de diversidad.
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