CASA MUZQUIZ
PAREDES CON HISTORIA EN LA VILLA DE OBANOS
Texto: Fernando Hualde
En la villa infanzona de Obanos nos encontramos con casa Muzquiz, un edificio blasonado que a buen seguro atesora una rica historia, a la que hoy, aunque sea parcialmente, vamos a tratar de acercarnos.
Con frecuencia nos acercamos en esta sección a la historia de numerosos pueblos, de iglesias, de monasterios, de palacios, de puentes…, pero con menos frecuencia de lo que uno quisiera nos acercamos aquí a la historia de casas concretas, de casas impregnadas de vida cotidiana, de casas que no necesariamente han de ser palaciegas, que durante siglos tuvieron chimeneas humeantes, y que hoy tienen cerrados sus portones. Sin embargo, Navarra está repleta de cientos de casas que tras sus recios muros esconden una rica historia, un curioso pedigrí; una historia que nos habla de oficios extinguidos, de moradores ilustres, de batallas, de gestas, de leyendas y oscuros episodios; y esa es una historia que poco a poco se va perdiendo, una historia que el paso de los años y de los siglos tiende a diluirla, hasta extinguirla.
La casa
Hoy vamos a ponernos, con nuestra imaginación, delante de la fachada de Casa Muzquiz, en Obanos. Estamos ante un caserón hermoso dentro de lo que es la arquitectura civil, de planta baja y dos alturas, con gruesos muros de mampostería que alcanzan hasta la base del segundo piso, pequeña torre-linterna sobre el tejado –rematada con veleta-, con portada de medio punto, con dos escudos de piedra sobre la misma, con járcenas de piedra labrada al pie de cada ventana, con barandillas de forja en sus balcones, con un jardín amurallado en su lateral. En el segundo piso, a la derecha del pétreo escudo, hay una placa que nos recuerda que en esa casa nació Martín Xavier de Muzquiz; y como quiera que es una placa que poco a poco va siendo mas dificultosa su lectura, quede constancia aquí que en ella, con letras mayúsculas, está grabada la siguiente inscripción: “El M.Y.S. don Martín / Xavier de Muzquiz, na- / tural de villa de Ob- / anos, oidor del Real y / Supremo Conse. de el / Reyno de Navarra. / Año de 1814” .
El interior de la casa es lo que no vemos; pero recuerdo haber conocido su salón de estar, la sorprendente capilla, la no menos sorprendente alcoba de la infanta, el mirador que da al jardín; y el propio jardín, oculto a la vista de quienes pasean por la calle, en el que, conociendo el pasado de esta casa, tiendo a imaginarme a algún clérigo, con sotana y bonete, desgranando los misterios del rosario, o tal vez pasando las hojas del breviario, aprovechándose de que ese trozo de jardín tiene que ser de lo más parecido que pueda haber al cielo. Así lo recuerdo yo, como un auténtico remanso de paz.
Pablo Jaurrieta
La noche del 1 al 2 de junio de 1893 sucedió en Navarra un hecho insólito; se trata de la sublevación militar del sargento López Zabalegui, quien al grito de ¡Viva Navarra Foral! se alzó en armas en el Fuerte Infanta Isabel, situado en un alto, junto a la ermita de Arnotegui, junto a la línea divisoria de los términos de Obanos y de Puente La Reina. Aquella sublevación quedaba enmarcada dentro de lo que entonces se denominó la gamazada, toda una revuelta popular en defensa de los fueros de Navarra, que en ese momento se veían amenazados por un proyecto de decreto de Ley presentado en Madrid por Germán Gamazo, Ministro de Hacienda.
Es este uno de los pocos aspectos de la gamazada que todavía permanecen difuminados y confusos, porque así lo fue entonces aquella rebelión. Navarra siguió aquellos sucesos a través de los periódicos locales, quienes a su vez desconocían una parte importante de la verdad, e incluso los había que, sin saberlo, estaban facilitando información errónea astutamente preparada por un corresponsal para facilitar la fuga del sargento López.
En la actualidad lo que hasta ahora hemos conocido de aquél suceso, mayormente estaba cimentado en aquella “verdad oficial” que trasmitieron los periódicos locales. Sin embargo detrás del gesto de López Zabalegui existió una bonita historia y una actitud sincera de afirmación foral.
Lo cierto es que aquella noche un grupo de militares navarros, capitaneados por él, se sublevaron en defensa de los Fueros; desarmaron a los compañeros de guarnición que no les respaldaban, y partieron de allí llevándose las armas, la munición y las caballerías. En algunos ámbitos aquello se interpretó como una maniobra del poder central para forzar una mayor represión contra Navarra y para desprestigiar la causa foral. Así lo entendió también el vecino de Obanos, Pablo Jaurrieta, que les vio llegar esa noche al pueblo, al menos les hizo ver que podía entenderse así, e inmediatamente desistieron de sus intenciones. A partir de ese momento su única preocupación era cómo fugarse a Francia y evitar así su detención, tanto más sabiendo que desde diferentes puntos de Navarra el ejército y la Guardia Civil se dirigían hacia allí con el objetivo de detenerles. Esto dio pie a una historia rocambolesca en la que un carlista, Pablo Jaurrieta, de casa Muzquiz, tras esconder en la bodega de su casa al sargento López Zabalegui, cabecilla de esta revuelta, ideó toda una estrategia utilizando a la propia prensa para desviar la atención con informaciones falsas sobre los lugares en los “se dice que ayer se vio a los sublevados en…”. Y es que no hay que olvidar que Pablo Jaurrieta era corresponsal en Obanos, y también en la comarca, de al menos dos diarios provinciales de ideología carlista y tradicionalista. Esta circunstancia se tradujo en que cuando los militares vigilaban todo el entorno de Obanos convencidos de que el sargento sublevado se escondía en alguna de las casas –como así era realmente-, Pablo Jaurrieta hacía que la prensa provincial se hiciese eco de que se le había visto al buscado sargento aproximarse a la frontera, lo que automáticamente hacía que las fuerzas gubernamentales dejasen de vigilar Obanos y se replegasen rápidamente hacia la línea fronteriza.
Mientras todo esto sucedía, Pablo Jaurrieta le hacía escribir una carta al sargento López Zabalegui, de su puño y letra, en la que este, dirigiéndose personalmente al Gobernador Civil, decía estar ya en Francia, a la vez que explicaba qué era lo que le había movido a alzarse en armas en defensa de los Fueros de su tierra navarra. Esta carta fue pasada por el dueño de casa Muzquiz a un contrabandista, que se ocupó, días después, de echarla al correo en una ciudad francesa. Así pues, calculando su llegada a Pamplona, Pablo Jaurrieta volvía a publicar en la prensa provincial que… “fuentes fidedignas aseguran que estos días se ha podido ver al sargento López Zabalegui por las calles de la ciudad francesa de Bayona, lo que quiere decir que ha logrado burlar la vigilancia fronteriza y ha conseguido pasar al país vecino”. La publicación de esta información coincidía con la llegada a Pamplona, desde Bayona –con matasellos de esa localidad-, de la susodicha carta del sargento, escrita de su puño y letra, que le confirmaba al Gobernador que ya estaba en Francia.
Sobra decir que, ante estas evidencias, el Gobernador Civil de Navarra, asumiendo su fracaso, ordenaba retirar a todas las tropas de la línea fronteriza. A partir de ese momento, sacar al sargento López Zabalegui de la bodega de casa Muzquiz, donde había permanecido escondido, y trasladarlo sin problema a Francia, fue para Pablo Jaurrieta como “coser y cantar”.
En fin, estoy convencido de que esta casa esconde muchas más historias, pero intuyo que ninguna de ellas alcanzará a tener el sabor que tenía esta. Fue listo Pablo Jaurrieta. Listo y astuto.
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