18 DE ENERO DE 2009

EL PUENTE DE ARIBE
SOBRE LAS AGUAS DEL IRATI

Texto: Fernando Hualde



            Un puente, siempre, por arriba y por abajo, es testigo de mil historias. Y hoy vamos a centrar nuestra atención en el viejo puente de piedra de Aribe, restaurado hace un año, preparado para aguantar unos siglos más.

Nos trasladamos hoy al valle de Aezkoa, un valle de ensueño, se mire por donde se mire. Pirineo suave y dócil, tierra de prohombres que salieron y volvieron, pueblos de arquitectura única, valle de hórreos, donde serpentea el Irati, fábrica de armas, bosque de hayas, remanso de paz y de belleza. Aezkoa es historia salpicada de viejos indumentos y de lengua milenaria, de pastores que van y vienen con su kapusai cubriendo la cabeza, de ancianas con mantilla en la cabeza y rueca en la mano hábilmente trabajada, de romeros penitentes camino de Orreaga, de familias agrupadas en torno al fuego que da calor a la casa y al alma; es historia humana, y de la buena, de la de enorgullecerse.
Y dentro de Aezkoa hoy nos vamos a Aribe, un pueblo enmarcado por el río, con un caserío de calles pirenaicas que queda atrapado entre tres hitos patrimoniales vinculados al río: el puente, el molino, y los baños. Del molino y de los baños ya hablaremos en otra ocasión. Toca hoy contemplar el puente.


Así se construye un puente

Este puente que aquí vemos, sobre las verdes aguas del río Irati, es un puente de piedra, es decir, está dirigida su construcción por un maestro cantero. Antiguamente, hasta principios del siglo XX, lo habitual era que la mayoría de los puentes fuesen de madera, salvo algunas excepciones.
Hacer un puente de piedra era en aquellos tiempos, siglos atrás, una obra importante. Hace dos milenios era esta una labor reservada en exclusiva a los romanos, que eran –después de que los inventasen los griegos- los únicos capacitados para hacer este tipo de construcciones. Hacer un puente de piedra era un signo de poderío; así se entiende que al Obispo de Roma, por ser el máximo mandatario de la Iglesia (Papa), se le llame, todavía hoy, Sumo Pontífice.
            El maestro cantero y sus peones hacían su trabajo de picar y labrar la piedra en el mismo lugar donde se levantaba el puente. Gruesas mazas, andamiajes de madera, poleas…, formaban parte del instrumental.

            El cantero, con la ayuda posterior del carpintero, seguían siempre un mismo orden a la hora de levantar este tipo de construcciones. Lo podemos ver aquí, en Aribe, y también en Burgui, y en Bigüezal, y en Puente La Reina, y en muchos cauces navarros. Ese orden, o ese proceso de construcción era el siguiente:

            1º.- Para construir un puente de estas características lo primero que se hacía era echar tierra sobre el cauce del río para desviarlo según conviniese, y así poder trabajar sobre terreno no inundado.
            2º.- Una vez señalados los puntos en donde va a apoyarse se excava la arena hasta encontrar un suelo firme. Desde esa cimentación se van levantando los recios pilares hasta el punto donde vaya a comenzar el arco.
            3º.- Una vez hechos los pilares se colocan, apoyados en ellos, unos armazones de madera con la forma del arco; y sobre esa estructura se van colocando las piedras que configuran el arco en toda su profundidad.
            4º.- Cuando la estructura externa del arco ya está hecha se procede a construir las paredes laterales y a rellenar el hueco superior con piedras sueltas y cascajo.
5º.- El último paso es pavimentar con cantos rodados toda la superficie del puente y construir sobre el mismo las paredes laterales, pretiles, o quitamiedos.


Historia

En este caso, en Aribe, estamos ante un puente de piedra, que salva una distancia de 45 metros, pero que por su forma arqueada tiene una estructura de 58 metros de longitud. Posee tres ojos; y en su parte más alta alcanza los 6’60 metros. Entre pretil y pretil alberga una calzada cuya anchura oscila entre los 2’70 y los 2’80 metros. Esta sería, de forma muy resumida, su ficha.
Tiene el aspecto de un puente medieval, pero todo hace indicar que su hechura es muy posterior, tal vez del siglo XVIII, sustituyendo entonces, muy probablemente, a otro puente a quien las riadas habrían jugado una mala pasada.
Por sus arcos, sabemos con certeza, han pasado muchas almadías. El primer cuarto del siglo XIX está salpicado de juicios y de procesos a causa de los daños que estas llegaban a causar en el puente de Aribe, en el molino y en la presa. Sirva como dato que en 1818 los almadieros –mayoritariamente salacencos- pagaron 36 reales fuertes por pasar por el contrapuerto de la presa.

No hay que olvidar que el bosque del Irati, una de las mayores masas forestales de Europa, ha sido en los siglos XVIII, XIX, y XX una fuente inagotable de madera cuya salida fluvial era a través del río Irati, unas veces en fustas y leña sueltas hábilmente conducidas con picas, y otras veces en almadías. Este transporte de la madera requirió, igual que se hacía en los otros cauces almadieros del Pirineo navarro, represar el agua para hacer navegable el río en el momento que interesase. Para ello se hacían antaño pequeñas presas, o esclusas; más recientemente, en pleno siglo XX, hemos conocido la construcción de un pantano para provocar pantanadas de agua.
            Y allí, en el hayedo del Irati, también había asentamientos humanos, tanto de origen salacenco como aezkoano. Eran vecinos que vivían de la madera; que manejaban el hacha, el tronzador, y las cuñas con gran destreza; que barranqueaban a base de caballerías hasta sacar la madera al cauce del Irati.
            En 1789 vemos a unos de esos vecinos del bosque del Irati, Francisco Cajen, litigando contra Javier de Barrenechea, de Aoiz, sobre un pago de 270 reales por la tasación de un tablado ejecutado en una de las presas del río por parte de Francisco Cajen por encargo del vecino de Aoiz y de otros asentistas de la conducción de almadías.

Otro nombre propio importante vinculado a Irati es el de Miguel Antonio Cajen, de origen aezkoano –creo no equivocarme si digo que era del propio Aribe- pero residente en Sangüesa, que en 1795 sabemos de él que fue el responsable de la conducción de almadías desde el propio bosque del Irati hasta Tortosa, que será probablemente el trayecto más largo que llegaban a hacer las almadías navarras y pirenaicas, al menos si tenemos en cuenta que las escasas referencias documentales que se conservan de navegación de almadías en Navarra en otras zonas más occidentales del reino tenían como objetivo los diferentes canales reales e imperiales. En cualquier caso sépase que Miguel Antonio Cajen cobró de la Real Hacienda por el traslado de esas almadías la cantidad de 26.000 reales de vellón. Y todas estas almadías, absolutamente todas, pasaban bajo el puente de Aribe.
Y por encima…, por encima pasaban carros, caballerías, los arrieros y mercaderes que recorrían el valle, los cortejos funerarios, los labradores camino de sus campos, los vaqueros que subían a las bordas, el clérigo que paseaba a ritmo de breviario, o desgranando las cuentas del rosario. Historias por arriba, e historias por abajo. Es lo que tienen los puentes.
Un buen día, cosas del progreso, se construyó en Aribe el puente nuevo, y sobre él la carretera dando paso a los vehículos a motor. Y el puente de piedra cayó en desuso; y es así cómo en los años cuarenta hubo que reparar algunas de las dovelas; y es que el puente, aunque no se usaba, era imagen y referencia de esta villa aezkoana. Fue en el año 2000 cuando el Ayuntamiento tomó la iniciativa de encargar un proyecto de reparación y de restauración; y tan sólo un año más tarde se acometió la reparación de una parte de la cimentación del puente.
Finalmente, durante el segundo semestre del 2007, a petición de las autoridades municipales de Aribe, la Institución Príncipe de Viana optó por llevar a cabo una profunda restauración, que incluyó, gracias al buen hacer de Construcciones Aranguren (Sangüesa) la consolidación del arco central, la reparación del estribo norte, la sustitución de algunas dovelas que estaban seriamente deterioradas, y la eliminación de la huella hormigonera de intervenciones anteriores.


Ernest Hemingway

Este es el puente de Aribe, un puente que no habla pero que dice mucho; un puente acostumbrado a la infidelidad del río, con aguas que llegan y se van para nunca más volver, no como los almadieros, que iban por abajo y volvían por arriba; un puente embellecido por el Irati, y que a su vez embellece a este de forma sobresaliente.
Aguas abajo, no muy lejos, junto a los antiguos Baños de Aribe, hace medio siglo –lo hará en julio-, el escritor Ernest Hemingway visitaba por última vez este enclave, este rincón mágico, esta fuente de inspiración. Tuvo buen gusto aquél hombre. Entendió que aquél paraje era lo suficientemente cautivador como para venirse andando, como se venía, desde Burguete, con su caña de pescar y su cesta repleta de cervezas; allí pasaba el día pescando, en soledad, disfrutando de Aribe y del Irati.
Allí se queda el puente, hoy recién arreglado, con ese aspecto de excesivamente nuevo que el tiempo se ocupará de envejecer; allí se queda el puente de Aribe, con tres ojos que todo lo ven, que vieron lo de ayer y ven lo de hoy; que ven un pueblo demográficamente herido, pero vivo, ilusionado. Como el puente.

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