12 DE ABRIL DE 2010

SAN VIRILA, ¿LEYENDA O REALIDAD?

Texto: Fernando Hualde




Nos adentramos hoy en esa línea en la que confluyen la historia y la leyenda, la que nos dice que en el monasterio de Leyre hubo un abad que permaneció tres siglos extasiado oyendo a un ruiseñor. ¿Existió realmente San Virila?.

Cuando hablamos de patrimonio de Navarra a nuestra mente acuden monumentos, historias, tradiciones, y otras muchas cosas; pero rara vez nos acordamos de las leyendas, que están allí, en la memoria popular, y que transmitidas oralmente de una generación a otra, constituyen un pieza muy importante y atractiva del patrimonio oral.
Dirigimos hoy nuestra mirada hacia la Sierra de Errando, identificada a nivel popular como la Sierra de Leyre. Allí, en su falda, encontramos un monasterio cargado de historia hasta los topes. Y entre toda esa historia, aliviándola un poco, se ha hecho un pequeño hueco la leyenda. Hablo del abad Virila, o San Virila, cuyas reliquias se siguen hoy venerando en este cenobio.


Tres siglos

La leyenda sitúa a nuestro hombre en los primeros años del siglo X, una época en la que ya, de entrada, la historia se nos presenta bastante difuminada, perfecto caldo de cultivo para las leyendas populares. Pero a la vez tampoco hay que olvidar que muchas de estas leyendas se apoyan en hechos reales.
Lo cierto es que en aquellos años, dicen, en el monasterio de Leyre nombraron abad a un monje que recién había llegado del monasterio gallego de Samos. La transmisión oral, y también la iconografía, lo describen como un hombre bondadoso, de incipiente barba blanca y cara rugosa, y por supuesto que dotado de una fina espiritualidad.
Gustaba el abad de hacer oración paseando por el entorno natural que rodeaba, y rodea, el monasterio a su cargo. Y dicen también, que en una de aquellas salidas, ensimismado como iba en sus oraciones, sin darse cuenta se adentró en el bosque, llegando hasta una pequeña fuente de la que manaba un agua cristalina. Allí se detuvo. El paraje, el sonido del agua, y su sensibilidad espiritual, propiciaron un momento de oración que se prometía intenso. Absorto en su contemplación, Virila fue pasando por su mente, uno a uno, diversos episodios de las Sagradas Escrituras, y de allí se nos pasó a meditar sobre la eternidad, un concepto aparentemente utópico, queriendo él entender aquello de que pudiese haber una vida interminable.
Un ruiseñor se posó junto al abad Virila, y con sus trinos le hizo ensimismarse todavía más, ahondando en esa meditación en torno a la eternidad. Tanto interiorizó el clérigo que, oyendo al ruiseñor, no se dio cuenta de que iba pasando el rato, hasta llegar a perder la noción del tiempo.
Abrió finalmente los ojos, y cual no fue su sorpresa al descubrir que era ya de noche, y que hacía mucho más frío de lo que él esperaba; así que se apresuró a volver, pensando en que en el monasterio estaría preocupados al no verle aparecer en todo el día.


No le reconocían

Nos dice la leyenda que, al llegar al monasterio, Virila notó que aquello estaba cambiado, que la puerta estaba en otro sitio, que algunas ventanas habían desaparecido, que… ¡Era todo tan extraño!.
Y en medio de la oscuridad de la noche llamó a la puerta del cenobio. Tuvo que aguardar un poco de tiempo, hasta que aquellos goznes chirriaron, y tras el portón apareció la figura del hermano portero.
Virila no salía de su asombro, ¿quién era aquél portero que él no conocía, y que además vestía hábito blanco?, ¿qué estaba pasando allí?, ¿porqué había cambiado todo?. Evidentemente el hermano portero no le conocía, y frente a la pregunta de qué deseaba, vino la respuesta de “yo soy el abad”.
Lógicamente al portero le faltó tiempo para avisar a sus compañeros de comunidad. “Oye, que se presenta a estas horas un barbudo, vestido de monje, y que dice ser el abad de aquí. Debe de ser algún loco”, supongo que les diría aquél lego a sus compañeros de abadía. Y allí que se presentaron todos, inclusive el verdadero abad, pensando que estaban ante alguien un poco tronado. Pero…, escuchándole, se dieron cuenta que no era un excéntrico, que hablaba sin demencia, con cordura, que conocía el monasterio legeriense a la perfección, que llevaba anillo abacial, y… lo más curioso de todo era que decía llamarse Virila, nombre este que coincidía con el de un abad que hubo tres siglos antes en el monasterio, que una tarde había salido a meditar y ya no volvió; se entendió entonces que las fieras habrían dado buena cuenta de él.
Virila se dio cuenta entonces de lo que le había pasado. Meditaba él sobre la eternidad, y el Señor se sirvió del canto de un ruiseñor, para ofrecerle una pequeña muestra de lo que podía ser aquello. Lo que él creyó que habían sido unos minutos, realmente habían sido tres siglos.
Esta es, de forma aproximada, la leyenda de San Virila. Hay que decir también que estamos ante una versión local de otra leyenda similar, muy extendida por toda Europa en la que el protagonista, en lugar de ser el abad de un monasterio es un ermitaño. Incluso aparece en una de las cantigas de Alfonso el Sabio. Y siempre la eternidad como telón de fondo.


La realidad

Ahora, conocida la leyenda, viene la pregunta del millón: ¿existió realmente Virila?, ¿ha existido un personaje real sobre el que pueda apoyarse este relato?. Bien, es el momento de dejar ahora a un lado la leyenda, y vamos a tratar de acercarnos a la realidad en la medida que esto sea posible.
Para empezar hay que decir que los documentos nos desvelan que es un hecho real, y no ficticio, que en el año 928 el abad del monasterio de Leyre se llamaba Viril, o Virila, indistintamente. Así lo desvela un documento relativo a una comparecencia.
Otro hecho real y documentado nos dice que en tiempos de Sancho el Mayor ya existía en Leyre un culto a las reliquias de “San Virila”. Un lote documental de ocho diplomas nos muestra a este santo asociado con las Santas Mártires; y el calendario legerense incluye al abad Virila dentro de su santoral.
Aunque no existe un documento que lo certifique, sí que hay otros muchos documentos que vinculan al abad Virila con la localidad de Tiermas (a orillas hoy del embalse de Yesa), siendo este su lugar de nacimiento.
Se habla también, y nos adentramos de nuevo en esa línea imaginaria en la que conviven la historia y la leyenda, de que Virila era abad del monasterio que hubo en Peña desde el siglo VIII (todavía hoy pueden verse sus cimientos); se dice igualmente que estando él al frente de ese monasterio en el de Leyre hubo serias desavenencias entre los frailes, y que los superiores le dieron la orden a Virila de trasladarse de Peña a Leyre, en calidad de abad, con la misión de poner solución a aquellos problemas. Parece que las gestiones del nuevo abad, y su carácter reconciliador, obtuvieron el resultado esperado, y que fue premiado con el beneficio de poder peregrinar a Tierra Santa. En este viaje ocupó unos años de su vida, se habla de 3 ó 4 años, durante los cuales se produjo en Leyre el cambio de orden monástica, por lo que cuando volvió Virila a este monasterio del que él creía ser todavía su abad, se encontró con que los monjes no le conocían, y vestían de blanco en lugar de negro. Este episodio pudo ser el que dio origen a la leyenda, pero… lo único que hoy sabemos es que de todo esto, a día de hoy, lo que queda es una fuente en la Sierra de Errando, a la que llaman “de San Virila”, unas reliquias a las que se venera, y una leyenda –la que aquí he contado- que, con vocación de eternidad, siglo tras siglo, generación tras generación, ha sido transmitida hasta nuestros días. Y es así como yo la paso a quienes generacionalmente vienen detrás de mi.



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