ESCUDOS DE ARMAS
NOBLEZA INMORTALIZADA EN PIEDRA
Texto y fotos: Fernando Hualde
Escudo roncalés en la villa de Garde
Sobreviven en numerosas fachadas hermosos escudos de armas que acreditan nobleza e hidalguía. Detrás de ellos está la historia de sagas familiares. Y hoy, apagados en muchos casos aquellos orgullos familiares, son estas piezas una parte importante del patrimonio histórico de Navarra.
Están allí, en las fachadas de algunas casas, integrados en ellas; en las casas de pueblos y ciudades, en las habitadas y en las deshabitadas. Son testigos mudos del paso del tiempo, han visto pasar a generaciones y generaciones de moradores de esa casa, y tienen la virtud de representar a todos ellos. Tras estas esculturas pétreas hay una historia, y sobretodo, hay un linaje de nobleza e hidalguía. Hablo de los escudos de armas. Escudos de nobleza.
Hoy, para la mayoría de los mortales, son meros ornatos arquitectónicos. Pero su significado, y la manualidad que hay en su elaboración, les convierten en una parte curiosa e importante del patrimonio histórico y arquitectónico de nuestra tierra, sobre la que hoy queremos llamar la atención.
Origen
Tras estos relieves de piedra se esconde todo ese mundo de la heráldica, cuyos orígenes habría que rebuscarlos en los primeros años del siglo XII. Eran tiempos aquellos en los que los torneos y las justas empezaron a ser el espectáculo de moda, algo así como el fútbol hoy en día. Aquello consistía en enfrentarse dos caballeros, cada uno con su lanza y con su escudo, generalmente a caballo; en unos casos triunfaba, aquél que derribaba al otro; en otros casos se valoraba el número de lanzas que se rompían sobre el escudo del rival. A veces en lugar de lanzas eran mazas, espadas, dagas, u otro tipo de armas similares. El escudo era arma defensiva, con él se protegía el pecho, y sobre él asomaba la cabeza de su dueño bien enfundada en el yelmo, una especie de casco metálico.
Una cosa que se desconoce es que una parte muy importante y mayoritaria de los yelmos, escudos, y armaduras que se empleaban en aquellas contiendas, estaban hechos en Navarra, concretamente en Eugi, en su Real Fábrica de Armas. Basta con darse un paseo por el Palacio Real de Madrid y por su museo, para poder ver un rico muestrario de lo que se hacía en esta localidad navarra. Reyes y nobles vistieron sus mejores galas bélicas elaboradas por los “sastres”-armeros de Eugi.
Pues bien, aquellos caballeros medievales que combatían, poco tardaron, puesto que las armaduras tapaban sus ropas, en identificarse a través de los escudos, que era su parte más visible. Primero fueron dibujos geométricos, colores…, y después aquello se fue perfeccionando buscando dibujos más artísticos y que para ellos representasen algo (águilas, leones, castillos…). De esta manera, a través de los dibujos de los escudos se distinguía a sus dueños, y a su vez ellos se identificaban sentimentalmente con el escudo que les distinguía. Sobra decir que los hijos de aquellos caballeros hacían suyos los dibujos del padre, y lo mismo los nietos y las sucesivas generaciones. Aquellos dibujos identificativos acabaron siendo un elemento hereditario, un elemento tras el que había un apellido y un linaje. En muchos casos evocaban en su contenido gestas de algún antepasado, o pequeños elementos simbólicos que tenían su significado en la época.
Es así como surgieron los escudos de armas, y es así como acabaron convertidos en timbres identificativos de las familias nobles. Empezaron siendo escudos personales, y acabaron siendo escudos solariegos, ligados al solar de nacimiento de esa familia sobre el que se edificó la casa que ejerce el papel de tronco familiar.
Todo esto encaja perfectamente con un modelo de sociedad clasista; por un lado estaba la nobleza, y por el otro el pueblo liso y llano, la plebe, que se decía entonces. Y sobre todos ellos… la Corona. A esta se le pagaban impuestos (pechas, diezmos, etc.), y curiosamente quien acreditaba nobleza en su sangre era el que estaba autorizado a usar un escudo de armas, lo cual le eximía de pagar muchos de esos impuestos, pues se entendía que aquellas sagas familiares habían obtenido su nobleza gracias a sus aportaciones a la Corona, bien por haber brillado militarmente en la defensa de esta, o por otro tipo de méritos menos comunes.
Esto hacía que los nobles rápidamente adornasen la fachada de su casa con el escudo de su linaje, mostrando así el orgullo que sentían de sus antepasados, y a la vez como “santo y seña” para pagar menos impuestos.
Ejecutorias de hidalguía
De todo este mundo de nobles y de escudos surge la necesidad de regularlo. Aparece en escena la heráldica, y lo hace estableciendo unas reglas a la hora de crear los escudos. Todo tiene un significado; una torre, un león, un sol, un lebrel, un color, una franja, una superficie ajedrezada…, todo significa algo en la heráldica. Basta pasearse por los pueblos de Navarra para descubrir en los muchos escudos que todavía se conservan, una amplia gama de motivos heráldicos.
Pero… ¡ojo!. Quien quisiera utilizar estos escudos tenía que acreditar que realmente pertenecía a esa saga familiar, que había un enlace genealógico directo con aquellas personas que en su tiempo y momento se hicieron merecedores de un escudo de armas para uso propio y de todos sus descendientes. Para ello tenía que presentar quien solicitaba el derecho a usar un escudo concreto la documentación necesaria ante la Real Corte del Reino, es decir: escrituras notariales, actas de bautismo, contratos matrimoniales, y todo aquello que sirviese para acreditar esa descendencia directa. Si así lo hacía, es cuando la Real Corte le concedía lo que se denominaba la “ejecutoria de hidalguía”.
Si antes he hablado de la casa solariega como tronco familiar, ahora se puede decir que las ejecutorías, para que nos entendamos mejor, venían a validar a cada rama su procedencia de ese tronco.
En Navarra encontramos casos excepcionales, como puede ser primero el de los roncaleses, y posteriormente el de los salacencos, en donde por méritos propios en determinadas batallas o en determinados momentos de la historia, el rey les concede la hidalguía colectiva. Todos nobles. Todos con derecho a usar escudo nobiliario.
Cómo eran
Los escudos tenían forma precisamente de eso, de escudos. A lo largo de lo que era su superficie, ligeramente apuntada en su parte central inferior, se colocaban los elementos. Esta superficie es lo que en heráldica se denomina campo. La superficie puede estar ocupada en su totalidad por un motivo heráldico, o puede estar ocupada por más de uno, en este último caso hay que dividirla en tantas partes como motivos haya (que no suelen ser más de cuatro); por eso, a cada una de esas partes se le llama cuartel. Es en estos cuarteles donde se colocan los motivos heráldicos (un león, una torre, un caldero, un puente, un lebrel, un árbol, una estrella, un corazón, etc.)
A su vez, lo que es el escudo en sí, y según sea el poder adquisitivo de su titular, suele ir ornamentado en su contorno, bien sea con volutas vegetales, con un yelmo en la parte superior, con penachos de plumas, con figuras mitológicas, banderas, cañones, ángeles, serpientes, leones, y un larguísimo etcétera que por un lado está a merced de la creatividad del escultor, y por otro lado también puede llegar a tener su significado. Suelen llamar especialmente la atención las cabezas que en muchos casos aparecen rematando estas ornamentaciones exteriores en la parte central inferior, justo debajo de la punta de lo que es el escudo propiamente dicho.
Estos escudos, tallados en piedra, se colocaban en la parte visible de la fachada de la casa. Detrás de ellos estaba el mensaje, o la información, de que los propietarios de esa casa, o mejor dicho, del solar sobre el que estaba levantada esa casa, estaban exentos de pagar determinados impuestos, o que gozaban de determinados privilegios, o que tenían derecho a un asiento en las Cortes de Navarra, o…
Lo cierto es que hoy, cuando la hidalguía ya no tiene el valor ni la importancia que entonces tenía, como un legado de toda aquella época, quedan por toda Navarra algunos cientos de escudos embelleciendo y dando realce a otras tantas fachadas.
Afortunadamente atrás han quedado aquellos años en los que no se les daba valor a estos ornatos. Muchos de ellos perecieron víctimas de la moda de ocultar la piedra, lucir las fachadas y blanquearlas. Hoy son un elemento que se cuida, un elemento del que se hacen inventarios y catalogaciones.
Pese a ello… no estaría de más crear una política protectora de estos emblemas; en algunos municipios navarros la hay. Ya sé que no es fácil, porque detrás de ellos hay una propiedad privada, pero creo que sería entendible que en aquellas casas sobre las que hay un manifiesto abandono, se procediese a retirar estos elementos, a catalogarlos, a documentarlos, y a fotografiarlos antes de quitarlos de su emplazamiento, para acabar exponiéndolos en un museo o en un lugar en el que se cuiden y se interpreten. De esta manera evitaríamos el expolio al que algunas veces son sometidos; y seguramente sería esta la mejor formar de preservar la memoria de toda la historia que hay detrás de ellos.
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