11 DE OCTUBRE DE 2009

ARQUITECTURA POPULAR, UN LEGADO A CONSERVAR

Texto: Fernando Hualde


Distinguimos hoy entre la arquitectura popular y la arquitectura culta, destacando de la primera el hecho de ser hija del pueblo y del medio en el que durante siglos se ha mantenido en pie.



Pasear por los pueblos de Navarra, desde la Montaña hasta la Ribera, nos permite ver y tomar conciencia de la rica diversidad que en todos los aspectos existe; diversidad que es riqueza. Y uno de los exponentes más claro que encontramos es el de la arquitectura popular, tan amplia, y a la vez tan diversa.


Esos mismos paseos nos sirven también para darnos cuenta de que, precisamente esa parcela del patrimonio navarro, la arquitectura popular, poco a poco se nos está yendo, en silencio, discretamente, incluso en algunas localidades casi la podríamos catalogar de “en peligro inminente de extinción”, sobre todo aquellas que han experimentado un rápido crecimiento. Se van dejando caer las casas en los pueblos, y las cabañas pastoriles, y las bordas, y las viejas tapias; todo muere con el desuso, y también con la extinción de tantos y tantos oficios y formas de vida a las que les llegó años atrás la fecha de caducidad. En algunos casos son construcciones que son demolidas porque entorpecen la expansión urbanística, u ocupan lugares privilegiados. Incluso nos encontramos con casos, y no pocos, en los que los propietarios, si ya no hacen uso de esos edificios, prefieren que se caigan cuanto antes para evitarse posibles responsabilidades civiles en caso de que a algún intruso le pase algo. Esta es la triste realidad a día de hoy de la arquitectura popular.




Del pueblo


Entendemos la arquitectura como el arte de proyectar y construir edificios; perdónenme los arquitectos si me equivoco con esta definición, pero no creo ir muy desencaminado. Y vaya por delante que cuando hablamos de arquitectura popular, con el adjetivo “popular” lo que estamos haciendo es diferenciarla de lo que se denomina la arquitectura culta. Esta última, para que nos entendamos, serían aquellos edificios construidos bajo la dirección de una persona cualificada y profesional, generalmente al servicio de las clases pudientes; mientras que la arquitectura popular es una arquitectura sin arquitectos, es obra del pueblo y del tiempo, es obra anónima, es obra de generaciones que se transmiten conocimientos, habilidades, y fórmulas constructivas. La arquitectura popular es esencialmente artesana, está hecha a mano, y en consecuencia es un patrimonio a conservar, a valorar, y a proteger dentro de los planes urbanísticos. Y por supuesto que la arquitectura culta también, pero de esa ya hablaremos otro día, porque el patrimonio arquitectónico está pidiendo a gritos intervenciones rápidas y presupuestos generosos.


Se trata ahora de que miremos a las casas viejas con otros ojos, de que nos demos cuenta de la artesanía y de la manualidad que hay en ellas, cómo se les ha hecho durar siglo tras siglo porque eran útiles. Se trata de que las veamos con respeto, que es el respeto a lo que nuestros mayores construyeron con tanto esfuerzo, trabajo y entrega; porque son testigos de una tradición y de un pasado que nos ha quedado presente en cal y canto. Esas casas, esas tapias, esas rústicas construcciones desprovistas de glamour, después de la función utilitaria y práctica que tuvieron en el pasado, deben adquirir ahora para nosotros una dimensión estética y cultural. Son, en definitiva, espíritu y alma de otra forma de vida, ya desaparecida, pero que nos ha dejado este legado, esta herencia.


Estamos ante la herencia de nuestros antepasados, y ellos siempre la entendieron como algo que lo reciben para pasarlo después a sus sucesores. De alguna manera podemos decir que no nos pertenece, que no podemos disponer libremente de ello, que nuestra responsabilidad es la de cuidarlo mientras esté en nuestras manos.


Hay que reconocer, por otro lado, que a pesar de la gran necesidad que hay de intervención sobre el patrimonio arquitectónico popular, en los últimos años poco a poco va cambiando la mentalidad. Hoy es el día en el que ya no se hacen barbaridades alegremente como se han estado haciendo hasta hace unos años; hoy es el día en el que una portada de medio punto está mejor considerada que hace medio siglo, o en el que un alero artístico, una buena reja, un portón de madera, y otros muchos elementos constructivos, se valoran mucho más.


Pese a ello urge proteger lo que queda, de la misma manera que urge concienciar a ayuntamientos y a propietarios para que sean respetuosos con este legado. No podemos ni debemos olvidar que la arquitectura popular está hecha por las clases populares (por oposición a las clases altas y a la arquitectura culta), está situada en el campo y en el ámbito rural (por oposición a las ciudades), y se transmite de forma tradicional (por oposición a la transmitida a través de escuelas o maestros); sin que todo esto no signifique que podamos encontrar casos intermedios, pues también en las ciudades puede encontrarse arquitectura popular.




De la tierra


Pero, personalmente, entiendo que además uno de los grandes valores de las construcciones populares, es lo que algunos denominan “autoconstrucción”, y esto sí que invita a reflexionar. Me explico.


Hace unas semanas exponía aquí el caso de la localidad de Ezcaniz, en Urraul Alto, en donde un vecino me explicaba cómo su casa se había levantado con piedra sacada a doscientos metros del pueblo, cómo tuvieron que construir una calera junto a la localidad, cómo tuvieron que explotar un pinar próximo para hacer el andamiaje y las vigas, cómo el herrero tuvo que hacer no se qué piezas, etc.


Y este es la gran valor de la arquitectura popular; que no solo está hecha por la gente del lugar, sino que cada casa es hija de esa misma tierra, con medios y materiales próximos; es hija del ecosistema en el que está integrada. Antaño era habitual que las piedras las trabajasen ellos mismos, y eran piedras de monte de al lado; era habitual que las tejas y los ladrillos se hiciesen allí mismo, o muy cerca; era habitual apañarse una calera para suministrarse cal; y del río que pasaba por el pueblo se traía la arena; y el vecino de enfrente hacia yeso, o adobes; y el herrero del pueblo hacía los pernios, los clavos, los quicios de las puertas, los tiradores, los picaportes… Apenas hay influencias ni elementos constructivos que hayan venido del exterior. Cada propietario ejercía simultáneamente de arquitecto, de aparejador, de albañil, y de peón; y contaba siempre con la ayuda de familiares y de vecinos. Hoy por ti, mañana por mí. Así, y no de otra manera, se han levantado los pueblos en las zonas rurales de Navarra.


Es por ello que, cada una de estas viejas construcciones que contemplamos tiene una dimensión cultural y humana que se escapa totalmente de la mera estética. Y eso es lo que hay que saber ver, lo que se ve fácilmente con un mínimo de sensibilidad.


Hoy, por el contrario, nos guste o no nos guste, asistimos a una arquitectura totalmente desvinculada del medio en el que está, con técnicas y materiales que no sólo no proceden de allí sino que ni tan siquiera están en consonancia con el estilo tradicional de la zona.


Creo que es necesaria una reflexión; creo que es necesaria una nueva mirada, o un nuevo enfoque, hacia la arquitectura popular (me consta que algunos ayuntamientos navarros ya están en ello); una mirada que lleve a la consideración de esta arquitectura como un patrimonio a conservar, proteger y respetar. En absoluto se trata, y que nadie se confunda, de negar la necesaria introducción de los avances tecnológicos acordes con los nuevos estilos de vida; sino que lo que se busca es proponer soluciones que armonicen con lo preexistente.


Se impone proteger edificios, y también estilos, pero esta protección tiene que ir obligadamente acompañada de un apoyo real y efectivo desde la administración. No podemos pedirle a un propietario, por poner un ejemplo, que saque a la luz su fachada de piedra, si le es mucho más sencillo y barato pintar una vez más el revoque; se sobrentiende que detrás de una petición de estas hay una ayuda económica generosa.


En fin, la de hoy es una reflexión genérica, es poner el tema sobre la mesa, es empezar a hablar; pero a la vez es un recordatorio de que este patrimonio se nos está marchando, y de forma irreversible; y es también un recordatorio de que urge legislar sobre la conservación de todo esto. No va a ser esta la última vez que abordemos en esta sección este tema. Por puro respeto hacia nuestros antepasados.





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