EN EL CAMINO DE SANTIAGO
Texto y fotos: Fernando Hualde
Sorprende al
peregrino jacobeo, en pleno valle de Esteribar, un pueblo de grandes casonas
que le aporta un buen espacio de descanso y un remanso de paz.
El verano suele ser esa época en la que parece que
aprovechamos más para hacer pequeñas excursiones. La climatología, tan
inestable en nuestra tierra, parece que nos garantiza en esta estación un clima
más benigno, siempre y cuando el calor no apriete en exceso.
Pues bien; hoy nos vamos a ir simplemente a
pasear, no muy lejos de Pamplona, y además en nuestro paseo vamos a confluir
con los peregrinos que, procedentes de Valcarlos, caminan hacia Santiago por
esta ruta mayor. Para ello nos desplazamos a la localidad de Akerreta, un
concejo del valle y municipio de Esteribar.
En mi caso, lo admito, es la primera vez que
visito esa localidad, de la que lo desconozco todo. Mi recorrido de ese tramo
del Camino de Santiago me había llevado en otras ocasiones por la carretera, o
por otros ramales alternativos, dependiendo siempre del estado del terreno. Y
Akerreta, el día que fui hace unas semanas, se me presentaba como un perfecto
desconocido; siempre había visto el rótulo indicativo en la carretera
principal, igual que siempre había oído a no pocos peregrinos hablar muy bien
del Hostal Akerreta, allí ubicado, pero… era el momento de aprobar esa
asignatura pendiente que yo tenía en Esteribar. Y allí que fui a finales del
pasado mes de junio.
Transfiguración y paz
La hora no era buena; se trataba de la hora de la
siesta, lo cual se suele traducir en ausencia total de vecinos, que son los que
en la mayoría de las ocasiones te permiten, a través de su testimonio,
acercarte mucho mejor a la realidad de estos lugares. Pero en este caso, ante
esa ausencia de gente, dejé que las propias piedras me transmitiesen algún tipo
de conocimiento.
Recibiendo al visitante, de frente, está la
iglesia parroquial, aparentemente en muy buen estado de conservación, tanto más
teniendo en cuenta su origen medieval; afeada tan solo por una chimenea de
latón que, procedente de la casa anexa, parece querer competir con la torre de
la iglesia en ese vano intento de llegar al cielo. Al margen de ese detalle hay
que reconocer que la torre, a los pies de la iglesia, por su aspecto, se parece
más a la torre defensiva de un palacio de cabo de armería, que a la propia de
una iglesia. Una veleta que la remata en la parte superior, una ausencia de
campanas, una sección rectangular en lugar de cuadrada, y unas diminutas
ventanas palomeras en lo más alto, vienen a reforzar esta idea.
El templo está consagrado a la Transfiguración del
Señor. Sobra decir que en ese momento estaba cerrado, aunque la sombra de su
pórtico se agradecía muy especialmente en esa hora de calor. Frente a su puerta
se conserva el cementerio, que parece haber sobrevivido a aquella disposición
del siglo XIX que obligaba a separarlos de las iglesias y de los propios
núcleos de población. Una camada de gatos ha encontrado sombra y tranquilidad
junto a la sepultura de los Lusarreta Orradre, a la que un entorno de frondosas
hiedras le aporta la frescura necesaria para que los felinos disfruten de la
paz de ese camposanto. Ciertamente se respira paz en ese pórtico.
A mis espaldas, al otro lado de la puerta, sé que
se conserva un bonito retablo del siglo XVI en el que su autor supo combinar
armoniosamente la pintura y la escultura. No son pinturas cualesquiera; su
autor, el pamplonés Ramón de Oscáriz, gozaba en su momento de un gran prestigio,
y desde luego que las doce pinturas de este retablo avalan esta merecida fama.
Otros edificios
Frente a la iglesia se conserva un edificio de
piedra, muy rústico en su aspecto, pero al que alguien tuvo el acierto de
restaurarle con buen gusto la cubierta. Su puerta, sencilla, está configurada a
base de media docena tablas verticales, luciendo en el cuadrante superior
izquierdo una ventana que peca de estrecha, y luciendo también en la esquina
inferior derecha una gatera atípicamente cuadrada, con espacio más que
suficiente para que los gatos cumplan con su misión de sanear de ratones el
interior de este edificio destinado a guardar paja y grano. Fundamental, por
tanto, la presencia de la gatera. Pero, a mi juicio, lo más atractivo de este
edificio es su hermoso dintel, monolítico, que apoya muy bien sobre el perfecto
vano de la puerta, y que permite dar prolongación hacia arriba a otras piedras
de respetable tamaño sobre las que apoya la ventana encuadrada entre cuatro
recias piedras. Esta ventana, vista desde fuera, aparentemente carece de
carpintería, facilitando así el acceso de las golondrinas y de las rapaces
nocturnas que, al igual que los gatos lo hacen desde abajo, sanean de
predadores de grano a este espacio. Sabiduría popular, y experiencia
generacional.
Algo más a la derecha, si miramos de frente el
mencionado pajar, se conserva una chimenea ligeramente troncocónica, que es una
pieza arquitectónica de las que ya van quedando pocas.
Si continuamos paseando, de inmediato nos va a
llamar la atención otro edificio francamente hermoso, revocado en blanco, pero
en el que se ha dejado a la vista la piedra que circunda la portalada de medio
punto y la ventana que sobre esta hay, así como las piedras que forman cada una
de las ventanas del edificio. La clave de la portalada nos informa, mediante
inscripción pétrea, que esta casa data del año 1747. La járcena de la ventana
que hay sobre ese mismo arco tampoco tiene desperdicio, merced a una decoración
flordelisada. Particularmente, y aunque sea relativamente común, me atrae a mí
la argolla para amarrar a las caballerías que hay a la izquierda del portón;
una argolla redonda, de hierro, plana, decorada a base de sucesión de aspas
incisas.
Y por último, resulta obligado fijar la atención
en el soberbio edificio del hostal. Tiene este edificio varios elementos
arquitectónicos que entiendo que son verdaderamente interesantes. Por un lado
está el gran alero, que en la parte izquierda se apoya en el saliente de la
pared; este saliente es el que le permite tener más vuelo, muy importante este
detalle en la época en la que se construyó, en la que el terreno de la casa
venía delimitado por la línea que marcaban las goteras, con la salvedad,
además, que en la parte frontal ese espacio todavía debía de ser más amplio por
ser ese el lugar en el que se enterraba a los neófitos que morían
prematuramente sin haber podido ser bautizados. He aquí la explicación y la
importancia de semejante alero y de los perrotes de madera sobre los que se apoya.
Otro detalle importante de esta casa es el portón
de madera, de una gran calidad, y que embellece notoriamente ese arco de medio
punto perfectamente labrado en piedra de sillería que permite el acceso a este
edificio. Es un portón de dos hojas, con ventana independiente en la mitad
superior de la hoja derecha. Luce buenos herrajes, con bocallaves sencillo,
clavos de embellecedores romboidales, y una hermosa aldaba, o picaporte, del
modelo “S”.
Y, tal vez, el detalle más vistoso, es el horno de
pan proyectado hacia el exterior. Me falta verlo por dentro para comprobar que
realmente se trata de un horno antiguo restaurado, que es lo más probable. En
cualquier caso viene a evocarnos la autonomía de estas casas en aquellos
tiempos en los que cada vecino elaboraba en casa el pan, a base de agua y
harina, debidamente amasada en la artesa. Luce este horno un casquete que se
aleja un poco de la forma tradicional semiesférica, lo cual aún le hace más
interesante.
En fin, este es mi paseo por Akerreta. Sigue apretando
el calor, un pequeño atajo de ovejas se empeña en buscar la sombra a las
puertas de un corral. Allí se quedan las casas, la iglesia, el camposanto… y
también quienes dan vida a estos edificios, apegados en ese momento al frescor
que aporta el interior de esos recios muros. Es un pueblo bonito, ¡muy bonito!,
que ofrece un espacio de paz y de sosiego, y que, como hemos visto, invita a
leer entre líneas, entre piedras, entre símbolos y elementos arquitectónicos.
Hay que volver.
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