10 DE FEBRERO DE 2008

JUEGOS POPULARES
CREATIVIDAD Y FELICIDAD

Texto: Fernando Hualde



            Las formas de divertirse de hace tan sólo unas décadas, basadas en juegos, juguetes y canciones, son ya las grandes desconocidas para las actuales generaciones.

            No cabe duda de que la necesidad de jugar mana de lo más profundo de la naturaleza psicológica del hombre. En principio es una alternativa al trabajo, al estudio, o al aburrimiento, y continua su justificación en el desarrollo y aplicación de la inteligencia, en la habilidad y en la destreza, en la dosificación de la fuerza, en el sano orgullo de la competición, en la satisfacción de la victoria, en el divertimiento colectivo, en la camaradería del equipo, y en otros muchos valores que cualquier lector sabrá encontrar.
            Jugar es tan necesario e importante que hay jugadores de profesión, sobre todo cuando el juego se mezcla y confunde con el deporte; todavía hablamos de “jugar” a fútbol. En la Grecia clásica los campeones de las Olimpiadas se convertían en héroes nacionales y se les coronaba de laurel; en nuestros tiempos, ahora, hoy, se les carga de dinero, desorbitando la proporcionalidad social que debe de guardarse entre los diferentes oficios.
            Pero no es el objetivo del reportaje de hoy hablar de esos nuevos ricos, protagonistas de contratos millonarios, que todos sostenemos económicamente cada vez que nos enchufamos a la caja tonta para ver el partido “del siglo”. Hoy vamos a fijarnos en la otra cara de la moneda, en aquellos juegos de nuestra infancia, en aquellos juguetes que nacían de la creatividad de cada niño, ¡o de cada adulto!. Porque en la palabra juego cabe todo un mundo de variaciones: desde una solemnísima partida de ajedrez que puede llegar a durar varios meses, a un “veo-veo” simplón que hace reír de puro tonto. El juego puede ser solitario o multitudinario, sencillo o complicado, con juguete o sin él, barato o caro, silencioso o cantado; y así podríamos seguir enumerando variantes y variantes.


Creatividad

            Personalmente, cuando veo a los niños de hoy destrozando en pocos minutos carísimos y sofisticados juguetes recién desprovistos de su envoltorio, o cuando los veo aislados en su sofá abstraídos por una pantalla, no puedo evitar mirar hacia atrás, hacia aquella infancia –cada vez más lejana- marcada por la austeridad, y sobre todo por la creatividad; cuando los juguetes raramente se compraban sino que se hacían, cuando con una corteza de árbol te hacías una barca, con una caja un camión con remolque, con unos palillos y unos corchos unos muñecos de lujo, con cuatro tablas un trineo, con una rama una espada, con tela y paja una muñeca, con una caña una flauta, con un trapo viejo un balón, o una lanza con el viejo palo de la escoba. Era otra filosofía de vida; y no entro en si era mejor o peor, pero lo cierto es que con unas canicas eras feliz, y los juguetes los cuidabas porque el hacerlos te había costado un gran esfuerzo. Y eso hay que reconocer que se ha perdido, como hay que reconocer que el precio de los juguetes ha ido para arriba y su calidad hacia abajo.
            Me permito recomendar una visita al museo etnográfico de Arteta, en el valle de Ollo. Allí los juguetes antiguos que conservan en su colección se cuentan por centenares; ellos, los juguetes, son parte de nuestra vida y explican con claridad la capacidad de inventiva de nuestros abuelos y su talante de divertimiento social. Si al hombre, dicen los educadores, se le conoce en la mesa y en el juego, hagamos buena esta afirmación e intentemos conocer a nuestros antepasados por sus maneras de jugar.


Algunos juegos

            Empiezan a quedar lejos aquellos años en los que se salía a la calle a jugar. Se jugaba a pillar, se jugaba a los bolos, se jugaba al escondite, se jugaba a la comba, o a los cromos, a las tabas, al hinque, con la peonza, con el diábolo, con el aro, con la pelota, etc.
            Hay algunos juegos, pocos, que siguen vigentes, que son el denominador común de varias generaciones. Recuerdo el juego de la calva, que todavía se mantiene vivo en zonas como Lónguida, como el Almiradío de Navascués, o como el valle de Salazar, llegándose a incluir en el programa de fiestas.
            Pero uno de los juegos más antiguos que se conocen en Navarra y que hoy goza de una salud envidiable es el juego de las cartas, o naipes. En los días de fiesta y en los largos inviernos se han consumido en nuestra tierra millones de cartas; algunas ya no corrían por la grasa que había acumulado el uso, otras estaban rotas y marcadas por los inevitables tramposos. A la baraja jugaban los curas cuando se reunían para las fiestas patronales, y había algunos que alargaban la partida desde después de vísperas hasta la Misa solemne del día siguiente. A la baraja se jugaba en las reboticas, en los cuarteles, en las tabernas, en la cocina de la casa al calor del brasero, en las calles cuando lo permitía el tiempo, y en cualquier sobremesa que se preciase. Se jugaba a ochenas o a legumbres, por ejemplo a garbanzo o a alubia el juego; en casi todas las casas había un zacuto de tela con amarrekos, es decir, con granos de legumbre, duros como balines e imposibles de cocer, con los que se ventilaban las partidas.
            ¿Y quien no se acuerda de los “Juegos Reunidos”?, todavía sobreviven algunos como la oca, el parchís, o el tres en raya; otros, como las damas, la lotería, o el laberinto, no están corriendo la misma suerte.
            Otros muchos juegos de hace tan sólo unas décadas han pasado ya a la historia. En la Casa de la Memoria, en Isaba, una bolsa de canicas y unas tabas nos retrotraen a otro tiempo.
Las canicas solían ser de barro o de cristal. Antiguamente se consumía una gaseosa cuya botella se cerraba con una bola de cristal que los chicos guardaban como un tesoro. A veces aparecían unas canicas de piedra que eran temidas en el juego porque rompían las canicas de arcilla y picaban las de cristal. Se jugaba en cuclillas, a ras de suelo, y el bolo se arrojaba impulsado por los dedos de la mano; chiva, chivica, tute, matute, retute, pie, buen pie, y guá, esa era la retaila que se iba soltando conforme se acertaba con la canica.
Otro juego entretenido era el de Churro, media manga o manga entera; o el de A la una saltaba la mula; o el de Chorro, morro, pico, tallo, qué; o el del bote-bote, o… Aunque seguramente el más conocido era el de Policías y ladrones, que requería hacer un sorteo previo para crear los dos bandos, haciéndose este sorteo bajo el sistema tradicional de “a, b, c, d, (…), h, i, j justicia, k, l ladrón”. Los ladrones se escondían, los policías les buscaban, y se libraba aquél ladrón que lograba llegar al safo sin ser arenau.
Esporádicamente, como si estuviese dando sus últimos coletazos, reaparece de vez en cuando la peonza, o trompa; juguete de madera con forma de pera invertida, que en su punta inferior tenía un clavo de hierro; imprescindible era la cuerda de cáñamo que, bien enrollada desde el clavo hacia arriba, servía para lanzar la peonza al suelo en un gesto rápido y enérgico haciéndola bailar durante un buen rato.
¿Y quien no ha jugado de niño al corroncho de la patata?, o a las prendas, o al yo-yo, o a la gallinita ciega.
Atrás se está quedando todo un mundo de juegos, de juguetes, de canciones…; y, lo que es peor, atrás se está quedando un estilo de vida social dando paso al individualismo y a otros valores que nada o poco tienen que ver con el compañerismo o con la simple diversión.


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