27 DE ENERO DE 2008

PUERTAS
TESTIGOS DE OTRO TIEMPO

Texto: Fernando Hualde



         En los últimos años, lamentablemente, son numerosas las puertas antiguas de las casas que están desapareciendo. Con ellas desaparece una historia y una manualidad sobre la que hoy llamamos la atención.

El tema de hoy no es casual. Nace más bien de la impotencia que uno siente al ver en poco tiempo cómo algunos de los viejos portones que todavía sobreviven a lo largo y ancho de toda Navarra han desaparecido para ser sustituidos por otros de hechura reciente, estéticamente de inferior categoría y, en la mayoría de los casos, bastante más vulnerables.
             Lo de Pamplona ya es de escándalo. Posiblemente en cualquier otra ciudad que hubiesen tenido unas puertas y portones con siglos de antigüedad como las que hasta hace no mucho han abundado en las calles del casco antiguo de Pamplona, con toda seguridad que las hubiesen protegido para evitar su desaparición. Ha quedado claro que no es el caso de la capital navarra; en pocos años son casi una veintena las que incomprensiblemente han desaparecido, y además para ser sustituidas por otras puertas modernas que desvirtúan  el aspecto y el sabor de las calles y rincones de la vieja Iruña. No es compatible recuperar el mecanismo de alzado y descenso del Portal de Francia –intervención esta que aplaudo-, y a la vez no ser capaces de evitar que a pocos metros de ese mismo escenario, en la calle del Carmen, desaparezca el portón de un portal con siglos y siglos de antigüedad.
            Pero tampoco sería justo criticar únicamente lo que sucede en Pamplona. Continuamente por toda Navarra asistimos a la desaparición progresiva de las viejas puertas. Podríamos citar aquí numerosos ejemplos de puertas desaparecidas en menos de un año, de puertas que habían estado en el mismo emplazamiento durante siglos, a las que una simple limpieza las hubiese convertido en la mejor seña de identidad de la casa, y que sin embargo han sido retiradas y eliminadas en atención a no sé qué moda.


Artesanía


                Afortunadamente todavía quedan ejemplares magníficos. Entiendo por una buena puerta, o portón, aquella que conserva su aspecto original, es decir, su línea de tablas cosidas con clavos de forja a una estructura interna, o armazón, de madera; que conserva todos esos clavos, el picaporte, los goznes, las bisagras (o en su lugar el quicio), el bocallaves, la cerraja, el cerrojo, el tapajuntas, la gatera, etc…
Cada una de estas puertas es toda una exhibición de artesanía. Detrás de ellas está el trabajo del carpintero (hablo de cuando ser carpintero y ebanista eran una misma cosa), que fue capaz, con las herramientas y  con los medios de hace siglos, de ensamblar todas las tablas con gran precisión; de hacer un agujero redondo para permitir la libre circulación de los gatos; de colocar un tapajuntas que embellezca esa línea de encuentro de las dos puertas a la vez que evita el paso del aire. Todo esto hoy es algo simple y sencillo, pero nos olvidamos que hace trescientos, cuatrocientos, quinientos años no existían las herramientas que hoy permiten hacer todo esto, que conseguir hacer una tabla rectangular era todo un mundo, que hacer un agujero redondo en una tabla requería el uso de una decena de herramientas; que hacer un tapajuntas como algunos de los que todavía se conservan por Navarra, con toda esa exhibición de figuras humanas, de adornos vegetales, de símbolos geométricos… era un trabajo de meses a base de gubia y maza.
Y detrás de estas puertas está también el trabajo del herrero. Algunas de ellas son auténticos monumentos de forja. Aquellos hombres eran capaces de hacer un centenar de clavos para una puerta que, si hoy los vemos, aparentemente eran iguales, y sin embargo todos eran diferentes, estaban hechos uno a uno, a mano, sin moldes, a base de martillo, tenazas, yunque y fuego. Y si arte era hacer aquellos clavos, arte era también colocarlos en la puerta, consiguiendo con su remate anzuelado que quien quisiera sacarlos para robarlos solo lograse apretarlos más.
Aquellos hombres eran capaces también de hacer en chapa artísticos bocallaves, muchas veces exhibiendo siluetas zoomorfas, otras veces –las más- con un sencillo rectángulo en cuyo centro dejaban el orificio exacto para que entrase la llave correspondiente a esa cerradura, y no otra. El bocallaves protegía el entorno del orificio de la cerradura, pues de lo contrario el uso prolongado en el tiempo de aquellas enormes llaves provocaría una erosión en la madera alrededor de la cerradura que llegaría a hacerla inservible en pocos años.
Por no hablar de las bisagras, o de los refuerzos metálicos que requerían algunas de aquellas puertas a causa de su peso. Bisagras y goznes se complementaban dándole poderío y fuerza estética a la puerta. Aquí los herreros trabajaban en su fragua a conciencia, sabiendo que una buena bisagra era su mejor tarjeta de presentación; y por ello las vemos silueteadas en puntas lanceadas, o en puntas flordelisadas, por poner algunos de los ejemplos más comunes. Eran bisagras, en muchos casos, diseñadas para cumplir con la doble función de hacer el juego de apertura o cierre de la puerta, y para reforzar la sujeción de las tablas, lo que explica en muchos casos su longitud, llegando casi hasta el tapajuntas.


Testigos de otro tiempo


            Nos preocupamos muchas veces de guardar en casa determinadas obras de arte, enmarcando los lienzos, poniendo en peanas o en vitrinas determinadas esculturas, y…, sin embargo no somos capaces de ver el arte y la manualidad que hay detrás de determinados elementos antiguos que rodean nuestra vida cotidiana. Es el caso concreto de las viejas puertas de nuestras casas. Desde el punto de vista artesanal ya merecen ser conservadas.
                Pero además esos antiguos portones tienen otra lectura, que además no deja de ser otra razón de peso para que los conservemos. Ellos son los que han dado paso a padres, abuelos, bisabuelos y no se sabe cuantas generaciones más. En muchos casos son el denominador común de muchas sagas familiares; ese pomo, o ese tirador, del que una persona tira hoy para cerrar la puerta es exactamente el mismo que utilizaron sus padres, y los padres de estos, y los padres de aquellos, y…
            En esa puerta se colocaban los símbolos protectores para preservar la casa de cualquier maleficio o desgracia. A esa puerta llamaron aquellos familiares que desde lejos venían a hacer la visita, o el cura que vino a dar la extremaunción, o el alguacil que anunciaba la reunión del concejo, o el vecino que se había quedado sin levadura para hacer el pan, o el que venía a por una limosna, o…
            Es la puerta que despidió el cuerpo de nuestros antepasados tras su fallecimiento. Ante ella pasaron vecinos, ganado, carros…; también junto a ella hicieron vida aquellas mujeres que en animada tertulia hilaban la lana y el lino a base de rueca, huso y torcedor; y ante ella descansaban los que venían de la siega; y junto a ella, en esas argollas que había a cada lado, se ataban las caballerías de la casa.
            En fin, creo que sería bueno que antes de deshacernos de una de estas puertas nos pusiésemos a su lado y escuchásemos lo que ella nos cuenta; ya sé que ellas no tienen voz, pero hay muchas formas de hablar. Y a veces parece que el milagro no está en que ellas nos hablen, sino en que nosotros les escuchemos.



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