25 DE ENERO DE 2010

ALARDES DE ARMAS EN EL VALLE DE RONCAL

Texto y fotos: Fernando Hualde





En el valle de Roncal ha existido durante siglos una curiosa estructura militar, que lo hacía poseedor de su propio ejército. Un vestigio de aquello eran los alardes de armas, cuya memoria sacamos hoy a la luz.

Atrás ha quedado esta pasada semana la tamboreada donostiarra, que no es sino una evocación del episodio bélico de la invasión del ejército francés a principios del XIX; y hace unos meses asistíamos en la localidad roncalesa de Burgui a los actos conmemorativos del bicentenario del incendio de esta localidad por parte de esas mismas tropas galas de Napoleón. Dentro de aquellos actos conmemorativos celebrados en Burgui, organizados conjuntamente por la asociación cultural La Kukula y por el Ayuntamiento de Burgui, brilló con luz propia la recreación de lo que durante siglos han sido en ese valle los alardes de armas, fiel reflejo de la disciplina militar en la que fueron educados durante siglos los roncaleses y que les sirvió para salir airosos en no pocas ocasiones en cada intento de invasión, y que en la Guerra de la Independencia tantos quebraderos de cabeza provocaron al temido ejército de Napoleón.
Esa tarde del pasado mes de agosto varios mozos burguiarres, en la plaza de la villa, pasaron lista a sus armas, a su munición, y a su ración de pólvora; y seguidamente dispararon sus escopetas a modo de salvas. Reproducían así una vieja tradición, símbolo de la autonomía roncalesa, en la que durante siglos los hombres del valle exhibían sus armas, y hacían revisión de las mismas delante del alcalde o de otra autoridad superior. Estos alardes de armas, o listas de armas, aparecen documentados en los siete pueblos del valle. Hoy nos vamos a cercar a la historia de algunos de ellos.




Historia

         Los fueros roncaleses contemplaban la exención del servicio militar fuera de las fronteras del valle para los habitantes de éste; sin embargo, este privilegio se vio alterado en 1773 tras la aplicación de la Real Cédula de Carlos III por la que este monarca establecía en Navarra la obligación de realizar el sorteo militar y el reclutamiento. Las reiteradas protestas de la Diputación contra este contrafuero no lograron echar atrás su aplicación. El Valle de Roncal, por el contrario, no aceptó la Real Cédula, advirtiendo al Real Consejo que ésta no sería aplicada en dicho Valle por atentar al conjunto de los privilegios que las siete villas poseían. La tenacidad y firmeza de las autoridades roncalesas forzaron la revocación del acuerdo.
         En contraprestación a la cesión de Carlos III el Valle de Roncal se comprometió a sostener su propio ejército, en el que estaban incluidos todos los roncaleses con capacidad de lucha, con el fin de proteger las fronteras (como acción de defensa de la monarquía). La autoridad máxima de este ejército era el alcalde  de Roncal (alcalde mayor), que durante la época de conflicto ostentaba el cargo de capitán a guerra. La organización y mantenimiento de este ejército –caso único en todo el estado- implicaba el hecho de que cada roncalés útil para la lucha debía de tener y cuidar sus propias armas, preocupándose de tenerlas siempre a punto para ser utilizadas si la situación lo requería; para garantizar que así fuese una o dos  veces al año se organizaba un alarde de armas, en el que cada vecino estaba obligado a acudir con su arma demostrando ante la autoridad que el fusil se encontraba limpio y en perfecto estado, es decir: emforma. En estas revisiones también se desfilaba, haciendo alarde del armamento y haciendo unos disparos, controlados, al aire.
         Durante la Guerra de Sucesión (1701-1714), concretamente en el año 1706, el Valle de Roncal contaba entonces con 887 hombres capacitados y listos para combatir con sus propias armas y municiones. Era este el número de varones con edades comprendidas entre los 18 y los 60 años.
         En el año 1825, tras la promulgación en 1824 del Reglamento de Policía, fue la propia Diputación del Reino quien tuvo que mediar entre el Valle de Roncal y el Virrey notificando a este último la necesidad de respetar el privilegio que el Valle de Roncal tenía para estar armado.

         Burgui.- Al menos en esta localidad roncalesa los alardes eran conocidos también con el nombre de reseñas. Se sabe que cuatro días antes de la fecha anunciada para el alarde los vecinos de la villa aptos para las armas, es decir, los varones con edades comprendidas entre los 20 y los 60 años, salían a las Eras del pueblo para ensayar el desfile y adiestrarse en el uso de las armas. Según recoge Félix Sanz Zabalza en su obra “Burgui, un pueblo con historia” (2001), “el Regimiento nombraba sus cabos; a los arcabuceros se les entregaba una libra de pólvora, una docena de pelotas y cuerda suficiente. Otros salían como ballesteros y lanceros, otros con espadas y dagas”.
         Generalmente se celebraban dos alardes anuales cuya fecha estaba regulada por las ordenanzas municipales: “Al otro día de San Pedro se haga una reseña y alarde de armas en memoria de los tiempos pasados quando los infelices Moros ocupaban la mayor parte de este Reino”. La otra jornada elegida era el 21 de agosto, festividad de San Mateo.
         Entre los alardes de esta localidad queda constancia documental, entre otros, del celebrado en 1860, celebrado el segundo día de las fiestas, pues entre las cuentas de ese año queda reflejado un gasto de 450 reales de pólvora para la villa. Así mismo, en el Archivo General de Navarra encontramos un documento del año 1796 que recoge un pleito sobre el aumento de la cantidad asignada para la celebración anual en Burgui de la función del alarde de armas.

         Garde.- En principio estaba establecido a través de las ordenanzas que las listas y alardes se hiciesen los días que el alcalde dispusiese y previamente anunciase a través del nuncio, o pregonero. Era tradicional en Garde que el alarde se celebrase el día de Santa Ana.
         A esta cita estaban obligados a acudir todos los vecinos y moradores que tuviesen de catorce años en adelante, “menos que no tengan reserva o legítima excusa”, para mostrar a la autoridad que tenían sus armas limpias y en buen estado. En el caso de que el arma no estuviese en condiciones su propietario podía ser multado “en lo que quisiere y pareciere al alcalde”.





         Isaba.- En Isaba, una ceremonia similar a la de Roncal, se realizaba cada 25 de Julio –festividad de Santiago-, y cada 16 de Septiembre –festividad de San Ciprián, patrono de la villa- en la plaza del pueblo, delante del edificio consistorial. La convocatoria se hacía oficialmente mediante la lectura pública de un bando, labor esta que era desempeñada por el nuncio. Existe hoy constancia documental de varias de estas ceremonias celebradas en los siglos XVII y XVIII. Aunque lo más habitual era que durante el año se celebrasen estas dos listas de armas en las fechas indicadas, existen algunas excepciones tanto en el cambio de fecha como en el número de veces que se hacía al año; baste señalar, como caso excepcional, que en 1719 se llegaron a celebrar seis listas o alardes. En los orígenes de esta ceremonia izabar tuvo mucho que ver la Cofradía de Santiago, una entidad religioso-militar creada para salvaguardar las fronteras de la invasión de tropas advenedizas.
         En los alardes de armas tenían obligación de asistir todos los hombres del pueblo cuya edad estuviese comprendida entre los 18 y los 60 años; su inasistencia era sancionada por la autoridad con una multa, importe éste que se dedicaba a munición. Así pués, en caso de guerra o arrebato todos los hombres incluidos en esa franja de edad estaban obligados a acudir a defender la causa con sus armas so pena de la vida.
         Las circunstancias especiales de 1719, año en el que se celebraron cuatro alardes fuera de la época estival, permitieron ver, por vez primera, a las mujeres izabarras representar a sus maridos, hijos, e incluso yernos, en esta ceremonia.
         En el acta que se levantaba después de cada ceremonia se incluia un listado completo de los vecinos que se habían presentado con sus armas, indicando nombre y apellido y la observación de si a su armamento le faltaba algo; en el caso de que estuviese todo correcto tras el nombre del vecino izabar se colocaba la expresión cabal o en forma; los nombres de estos vecinos, a su vez, figuraban en la sección a la que pertenecía cada uno en función del tipo de arma, es decir: alcabuzeros, mosquetes, picas, chuzos...
         La primera muestra o alarde de armas que aparece documentado en el archivo municipal de esta villa corresponde al celebrado el 3 de abril de 1689. En este archivo se conservan un total de 118 actas de esta ceremonia. En el Fondo Documental “Erronkari” se conservan las fotocopias de todas estas actas, individualizadas y ordenadas cronológicamente.
         Curiosamente, en el pleno que celebró el Ayuntamiento de Isaba el 7 de junio de 1609, se aludía a la ordenanza que establecía que la villa y el valle tenían que tener la munición necesaria de pólvora, cuerda y plomo. Precisamente lo que se trataba en este pleno era que la villa está algo escasa, por lo que se estableció la orden de adquirir material en Pamplona, concretamente una quinta y media de polbora, quinta y media de cuerdas y una quinta de plomo.
         En 1650 el Gobernador don Dionisio de Aybar envió una orden al concejo de Isaba para que la polbora y munición de su magestad se quite del puesto donde esta a donde no este con los riesgos de este.

         Roncal.- En el caso de la villa de Roncal esta ceremonia se celebraba cada 15 de agosto en la explanada existente delante de la ermita de la Virgen del Castillo. Anteriormente, y durante siglos, se celebró el 24 de junio, festividad de San Juan. Hasta allí acudían ese día las autoridades de la villa acompañadas de todo el vecindario. Tras la ceremonia religiosa el alcalde pasaba revista a cada una de las armas, y seguidamente se procedía al alarde del que la imagen mariana era testigo directo. Para ello, mientras el abanderado hacía ondear en sitio bien alto y visible la enseña del Valle mirando hacia éste, los “escopeteros”, guardianes de la Virgen, realizaban varios disparos, o salvas, como signo de soberanía. En los últimos años que se hizo el alarde se tiene conocimiento de que se trasladó su fecha a la de la fiesta de la Virgen del Castillo, es decir a la octava de la Asunción.

         Urzainqui.- En la villa de Urzainqui se conservó una tradición similar, derivada posiblemente del antiguo alarde, que tenía lugar el día del Corpus Christi. Este día era el Santísimo quien en la explanada que hay delante de la iglesia recibía los honores del abanderado, disparando simultáneamente los “escopeteros” las salvas correspondientes.

            En Uztárroz y en Vidángoz, aunque no quedan aquí recogidos, también se hacían alardes de armas en los días de sus respectivos patronos.
            Son parcelas curiosas de la historia del viejo reino de Navarra, parcelas que hoy suenan a tiempos olvidados, impensables a día de hoy, pero que nos confirman, en este caso, la capacidad de autogobierno que tenía ese rincón del reino, cuya bandera, escudo, indumentaria, lengua, estructura administrativa, y otros muchos detalles, exhiben una antigüedad difícil de encontrar en otros lugares.

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