Texto y fotos: Fernando Hualde
La guerra civil,
los maquis…. historias de ayer, que son lecciones de hoy.
Cierto es que no hay guerra buena, ni la habrá.
Pero cierto es también que las guerras son origen de historias ejemplares,
edificantes, cargadas de humanidad. En los últimos años he tenido la
oportunidad de entrevistar a decenas de personas de considerable edad, muchas
de ellas llegaron a vivir la guerra, a participar en ella; unos lo hicieron en
un bando, otros en el otro, y tras aquello solo quedó un recuerdo amargo,
doloroso, un “nunca más” en la mayoría de los casos. He visto a algunos
sentirse atormentados ante el recuerdo de haber formado parte de un pelotón de
fusilamiento, he visto a otros narrar cómo se salvaron en el último momento, o
cómo recordaban los gritos desgarradores de quien iba a recibir el tiro de
gracia, o quien se aferraba al crucifijo al sentir que tras la bala recibida
llegaba la de la guadaña. Hay mil historias.
Pero… en algunos pueblos del Pirineo navarro (y
seguro que también habrá habido historias en otros lugares) me ha tocado
escuchar historias curiosas, historias que dejaban entrever que para algunos
por encima de los bandos estaba la vecindad y la amistad; historias en las que
los de izquierdas ayudaban a los de derechas, y los de derechas a los de
izquierdas; les protegían, les escondían, daban la cara por ellos sabiendo que
con ello arriesgaban vida y hacienda. Y son este tipo de historias las que
debemos de poner de ejemplo; las otras, las impregnadas de odio, también son
historia, y memoria, y hay que recogerlas y salvaguardarlas, pero hay que
hacerlo para que nunca más se repitan. Estas otras nos hablan de esa otra
vertiente del ser humano, nos hablan de valores, son lecciones de humanidad.
De entre todas esas historias hoy sacamos a la luz
una de ellas, una que tiene a la localidad de Oronz, en el valle de Salazar,
como escenario principal. Un historia esta, que nos habla de la guerra en 1936
y de la presencia de los maquis en 1944.
1936
Seguramente la fecha no es importante, pero en
cualquier caso sépase que estamos hablando del 20 de julio de 1936. El día
anterior el General Mola había proclamado en Pamplona el estado de guerra desde
el balcón de su despacho en el Palacio de Capitanía (hoy sede del Archivo
General de Navarra) con el objetivo de derrocar al gobierno de la II República.
Pues bien, esa mañana del 20 de julio un grupo de
guardias civiles llega hasta la localidad de Oronz, en el valle de Salazar. Los
agentes se dirigen directamente a la casa del alcalde, Veremundo Pena, a quien
le solicitan que firme la orden de detención y ejecución de dos vecinos de esa
localidad: Benigno Arbea y Juan Jiménez. Ante esta petición el alcalde no dudó
en la respuesta: “ni firmo, ni autorizo
esta detención; en el pueblo no han cometido ninguna falta, y aunque son de
diferente ideología a la mía, para mí son tan personas como los demás”.
Ante esa negativa de colaboración el agente que estaba al mando se limitó a
responder: “pues entonces queda por
nuestra cuenta”.
En cuanto los guardias se dieron media vuelta,
Veremundo Pena preparó rápidamente sus aparejos de trabajar en el campo y salió
de su casa como si fuese a ello. Una vez controlados visualmente a los guardias
se fue por detrás de la iglesia a casa de Juan Jiménez; cuando la señora
Melchora abrió la puerta le dijo que le dijese a Juan que saliese de debajo de
la paja, en donde estaba escondido, para ir a otro escondite mucho más seguro.
Y así se hizo, Veremundo le llevó a Juan a un campo, fuera del pueblo en donde
tenía la hierba todavía sin cortar. Seguidamente hizo lo mismo con Benigno
Arbea, juntando a ambos. “Vosotros estad
aquí tranquilos, tumbados entre el trigo, hasta que se haga oscuro, porque
ellos estarán en el pueblo tratando de localizaros, porque han venido a
fusilaros y yo no he querido firmar esa orden; en cuanto se pueda tenéis que
ahuecar el ala de aquí, tendréis que ir a Francia”.
Los guardias
fueron registrando todo, casa por casa, sin éxito. Mientras tanto Veremundo
equipó los dos machos que tenía en casa, y otro más de otra casa vecina, de tal
forma que, al anochecer, el hermano del alcalde se preocupó de recoger a los
escondidos y, por la borda de Cotabarren y por Laza, los llevó hasta Francia.
Ambos huidos
eran de Oronz, pero vivían en Pamplona. Juan Jiménez, de militancia comunista,
trabajaba de agrimensor en la Diputación, mientras que Benigno Arbea era
gerente de la Caja de Ahorros de Navarra. El día anterior, 19 de julio, al
estallar la guerra, y siendo conocida la vinculación de ambos con los
movimientos republicanos, se apresuraron a salir de Pamplona, marchando a
Oronz, en donde el propio alcalde, Veremundo Pena, y otros vecinos, se
preocuparon de esconderles en previsión, muy acertada, de lo que podía suceder.
Lo cierto es que
una vez instalados en Francia Benigno Arbea le escribió una carta a Veremundo
en la que, además de agradecerle su ayuda, le mostraba su predisposición a
volver a Navarra, y le pedía su mediación para negociar con las autoridades
este regreso. El alcalde habló
directamente con el Gobernador Civil quien le aseguró que, si no tenía delitos
de sangre, todo quedaría en tres meses de prisión. Y así sucedió. El Gobernador
cumplió su palabra, y tres meses después Benigno Arbea quedaba libre de todos
sus cargos, volviendo de nuevo a su trabajo en la Caja de Ahorros de Navarra.
1944
Corría el año 1944. Habían
pasado casi ocho años de aquello. La guerra hacía un lustro que había
finalizado, y además con la victoria del ejército denominado nacional, es decir, el gobierno de la II
República había sido eliminado. De los que quedaron con vida en el bando
republicano fueron muchos los que tuvieron que huir, principalmente a Francia.
Al principio de aquella
década de los cuarenta los comunistas exiliados empezaron a concebir un sueño,
el de organizarse bien, el de formar un ejército popular en Francia, el de
invadir España atravesando los Pirineos, y el de acabar con Franco. Y se
pusieron manos a la obra para hacer de ese sueño una realidad. Era un secreto a
voces. Y en el Pirineo los militares de Franco y la Guardia Civil se ocuparon
de intensificar la vigilancia; se esperaba una invasión de gente armada y bien
preparada, los maquis se les llamaba,
pero…
Lo cierto es que los maquis hicieron sus incursiones, sin
estrategia alguna, mal equipados, escasamente armados, sin un triste bocado que
llevarse a la boca, y huyendo siempre de la estrecha vigilancia a la que
estaban sometidos los Pirineos. Fracaso total.
Y enmarcado en esa
situación, sucedió que un buen día de primeros de octubre, corrió el rumor en
Oronz de que la guerra había comenzado de nuevo, que el día anterior había
habido enfrentamientos armados en los montes de Vidángoz. La realidad era que
un puñado de unos doscientos hombres republicanos, armados, procedentes de
Francia, andaban recorriendo esos parajes tratando de esquivar la vigilancia.
Entre ellos estaba Juan Jiménez, de Oronz.
Tras el enfrentamiento de
Vidángoz se dirigieron hacia el valle de Salazar, y en el monte de Oronz
pasaron la noche en las bordas de Antonio Jiménez y de Domingo Pena (hermano de
Veremundo), con el consentimiento de estos, quienes además les llevaron desde
el pueblo dos sacos de pan al ver el hambre que estaban pasando. Desde esas
bordas marcharon hacia el término de Jaurrieta, en donde tuvieron un nuevo
enfrentamiento en el monte de Remendía.
Pero lo curioso es que a los
dos días se presentó la Guardia Civil en la finca en la que Veremundo Pena,
alcalde, estaba trabajando en la siembra con su hijo Juan Luis, de 12 años, en
la que llevaban unos días entregados a ese trabajo. Los guardias venían con la
orden de detener a Veremundo, acusándole de no dar parte a las autoridades
militares del paso de los maquis por
su término. Y es así como se llevaron a Veremundo esposado, quedándose solo
Juan Luis, sin saber qué hacer, al frente de unas labores de siembra que, como
fuese, tenía que acabar.
Se llevaron
también ese día de Oronz a Pío Recalde, teniente de alcalde, a Domingo Pena y a
Antonio Jiménez, que eran el responsable de las cuentas municipales y el juez
de paz. No había habido denuncia alguna, los guardias se habían guiado por las
pistas que fueron dejando los maquis,
pero caprichosamente habían detenido también a los dos vecinos que habían
colaborado con los perseguidos. Los trasladaron inicialmente a la cárcel de
Ochagavía; realmente no había allí cárcel, pero los tuvieron en una habitación
de la casa consistorial, permanentemente vigilados, y de allí se los llevaron a
la cárcel de Pamplona, en donde se juntaron con Juan Jiménez, que finalmente
había sido detenido.
Tres meses
después fueron sometidos a un juicio oral, y fue allí donde a Veremundo Pena,
alcalde de Oronz, le cayó una pena de 33 años de cárcel. 15 años de pena para
Pío Recalde, 7 años a Domingo Pena, otros 7 a Antonio Jiménez, y 6 años a Juan Jiménez.
Lo cierto es que
en cuanto se dictó sentencia entró en escena Benigno Arbea, quien ocho años
antes había visto salvar su pellejo gracias a la mediación de Veremundo Pena.
Benigno en ese año de 1944 era un hombre muy bien relacionado; y agradecido a
quien un día fue su ángel de la guarda, no dudó en mover hilos. Nada más
dictarse sentencia se fue a Madrid y volvió a los cuatro días con el permiso
para sacarle a Veremundo de prisión. En total sólo pasó tres meses en la
cárcel.
Y esta, de forma
muy resumida, es la historia humana forjada, entre otros por un alcalde y por
un empleado de la Caja de Ahorros de Navarra. Hoy yo por ti, mañana tú por mí.
Por pura amistad. Y como esta hay otras muchas historias, algunas de ellas sin
irse muy lejos de allí, en las que el ser humano muestra su lado más humano en
un escenario tan difícil como lo es, y lo fue, una guerra civil.
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